Un puente entre ciencia y docencia

La Neuroeducación ha venido para quedarse

La sociedad ha cambiado, y nuestros alumnos tienen nuevas necesidades que hacen que ser profesor ahora sea radicalmente diferente, ya que el maestro del siglo XXI necesita, además de conocimientos sobre su propia materia, una serie de herramientas que le permitan atender correctamente a esta nueva realidad.

Para conseguirlo, una nueva ciencia, la Neuroeducación, nos ofrece una herramienta muy poderosa que nos ayuda a enseñar y aprender atendiendo al propio órgano encargado de todo el proceso, el cerebro.

Porque el cerebro humano ha evolucionado para educar y ser educado; y ser capaces de explicar y comprender los procesos cerebrales que están en la base del aprendizaje: la memoria, las emociones, los sentimientos… nos ayuda a modificar las estrategias pedagógicas para adecuarlas a las características de cada persona y sus necesidades específicas, consiguiendo así que nuestros métodos de enseñanza se adapten a las etapas del desarrollo evolutivo y a las diferencias individuales.

La ciencia avanza y sus descubrimientos irrumpen en nuestras vidas. Pero ¿pasa igual en educación? Lamentablemente no.

Sin embargo no cabe duda de que la Neuroeducación nos puede ayudar a mejorar tanto los procesos de enseñanza como de aprendizaje y de que la ciencia nos da las claves para hacerlo.

Mientras tanto, el profesorado se encuentra en medio de la creciente burocratización del sistema, y las necesidades reales de nuestras aulas. Porque ya no sirven las clases magistrales y esa necesidad de cambio se hace especialmente patente con los alumnos que ocupan los lugares extremos, con un muy alto número de repetidores por un lado y el fracaso con los alumnos de alta capacidad por otro, traducido en la pérdida de talento.  tal como dice Marina, el acercamiento entre ambos campos debe basarse en la práctica real en el aula, ya que “desde los conocimientos teóricos hasta su aplicación real hay mucha distancia”.

Para conseguirlo, una nueva ciencia, la Neuroeducación nos ofrece una herramienta muy poderosa, al basarse en el conocimiento de la herramienta que usamos para aprender, el cerebro.

Parte de la idea de que al igual que en el resto de profesiones, en nuestro caso, como profesores, debemos conocer la herramienta que nos ayuda a trabajar. En nuestro caso es imprescindible tener en cuenta el papel del cerebro en todo el proceso, porque el cerebro humano ha evolucionado para educar y ser educado; y ser capaces de explicar y comprender los procesos cerebrales que están en la base del aprendizaje: la memoria, las emociones, los sentimientos… nos ayuda a  modificar las estrategias pedagógicas para adecuarlas a las características de las personas y sus necesidades específicas, consiguiendo así que nuestros métodos de enseñanza se adapten a las etapas del desarrollo evolutivo y a las diferencias individuales.

Para atender correctamente a esta nueva realidad, el maestro del siglo XXI debe tener, además de conocimientos sobre su propia materia, una serie de herramientas que le permitan detectar las necesidades individuales y grupales, plantear estrategias para atenderlas y mecanismos de control eficaces para llevarlas a cabo.

La necesidad de tender un puente entre ciencia y docencia

Nuestros mejores científicos, Manuel Carreiras, Fernando Cuetos, Francisco Mora, Ignacio Morgado,  Tomás Ortiz, Tirapu Uzrarroz, Jane Blakemore, Tracy Tokuhama entre un largo etc  nos explican cómo las técnicas de neuroimagen nos abren un mundo nuevo al aprendizaje.

Es cierto que todos ellos nos dan las claves para poder enseñar mejor, unos se centran en la necesidad de beber agua y la relación entre la hidratación y la concentración, ¡bebamos pues!

Otros nos hablan de los Fun –intervals, es decir, los intervalos divertidos si hacemos una traducción más o menos exacta del término inglés, concluyendo que aprendizaje y movimiento van de la mano, ¡movámonos pues!

Mora se centra en el “color del aprendizaje”, es decir, las emociones. Y también estamos de acuerdo, ¡motivemos pues!

Y lo hacemos sabiendo que el hipocampo registra la memoria a largo plazo y que la amígdala procesa el miedo vía directa, sin necesidad de un procesamiento consciente.

Incluso sabemos de un salmón cuyo cerebro mostraba signos de activación al hacerle un TAC y sí, lo estas entendiendo bien, el cerebro del salmón muerto emitía una señal ¿de vida?

Todos son no solo magníficos científicos, y sin lugar a dudas todos tienen razón, así que solo podemos concluir que algo está fallando en el proceso.

Por eso hace falta una Neuroeducación a pie de obra, que nos ayude a integrar los avances de la ciencia dentro del aula inclusiva, y facilite cómo enseñar, inglés en mi caso, para que todos mis alumnos aprendieran más y mejor.

Pero serían las palabras de una de las MAESTRAS asistentes a mi primer curso de formación del profesorado las que me ratificaron en la necesidad “una Neuroeducación de profesores y para profesores”.

Aquella maestra, en su último año de docencia y apenas a unos meses de su jubilación , me dijo con gran tristeza que lamentaba no haber sabido todo aquello muchos antes y me animó a compartir aquellos ejemplos prácticos de cómo reamente se pueden aplicar muchos de los estudios científicos a la enseñanza de una materia concreta.

Este puente de conexión entre las aportaciones de la ciencia y su aplicación práctica en el aula no puede hacerse sin que  el profesor del siglo XXI cambie su rol de profesor a MAESTRO (de cabecera).

Este maestro de cabecera, debería ser una de la piezas claves de la sociedad, con una sólida formación, no sólo en su campo del saber, sino con unos conocimientos básicos en neurociencia, para que, al igual que el médico de cabecera, podamos detectar y derivar al especialista los casos más complejos, tratar y colaborar con aquel, en aquellos casos ya evaluados o más simples.

El maestro debería ser capaz de llevar a cabo una labor preventiva, detectar y tratar problemas básicos, derivar en caso necesario al especialista y siempre aplicar el tratamiento de forma correcta, e igual que el médico valora la interacción de unos medicamentos con otros, en nuestro caso, deberíamos no sólo valorar la aplicación o uso de una técnica u otra, sino la posible interacción de factores.

Sin embargo, no se trata de transformarnos en neurocientíficos, sino de proporcionarnos, de manera clara y efectiva, los fundamentos del funcionamiento cerebral y conocer cómo éste se relaciona con el aprendizaje desde la perspectiva de su aplicación real en el aula, porque el acercamiento entre ambos campos debe basarse en la práctica real en el aula, porque todos somos diferentes, también al aprender.

Y aunque la ciencia puede aportar algo de luz sobre la situación, lamentablemente queda patente que los avances de la ciencia no llegan al aula. Mientras tanto el profesorado se encuentra en medio de la creciente burocratización del sistema por un lado y las nuevas necesidades de nuestros alumnos por otro.

Todo ello lleva aparejado que nunca antes haya sido tan difícil ser profesor, y aunque la ciencia puede ayudarnos, la Neuroeducación no puede basarse solo en la teoría. Desde la investigación científica hasta la realidad del aula, de primaria o de secundaria, hay un gran trecho.

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