Para comprender el aprendizaje hemos de entender en primer lugar las bases neuropsicológicas que lo sustentan, partiendo de que todo proceso mental tiene una base orgánica en el cerebro.
El cerebro actúa como un
gran receptor, que permite que la información externa captada a través de los
sentidos sea transmitida a las diferentes áreas cerebrales, donde es procesada
e integrada de forma compleja.
Para entender qué significa aprender, hemos de
partir de que todo aprendizaje implica un cambio en el cerebro y que los procesos mentales de raciocinio, planificación,
comprensión, voluntad, imaginación,…y, también la memoria o las emociones se
asienten en un sustrato físico: el cerebro.
La relación entre mente y cerebro, por lo tanto, es evidente y eso conlleva
que todo proceso mental tenga un sustrato biológico y, más exactamente químico
y eléctrico.
Vamos a comenzar por la neurona:
El cerebro humano está formado por células llamadas neuronas, interconectadas entre ellas en redes neuronales con la capacidad de modificarse. La neurona tiene una prolongación llamada axón, por el que circulan los impulsos nerviosos.
Dicha capacidad de transformación es lo que se conoce como plasticidad neuronal y se da desde el nacimiento a través del aprendizaje. Consiste en la creación de nuevas conexiones, el fortalecimiento de otras y también el debilitamiento o muerte de las que no se usan (Gollin, 1981). Por lo tanto, hay dos tipos de plasticidad neuronal, la positiva que nos permite crear o reforzar redes neurales y la negativa que posibilita que aquellas redes que no se usan se eliminen o disminuyan.
Por otra parte, cuando aprendemos algo nuevo, una serie de neuronas que inicialmente no tienen nada que ver, trabajan juntas creando una red (red Hebbiana) y, si decidimos reforzar ese nuevo conocimiento a través del repaso, pasa algo curioso, la red se fortalece notablemente, aumentando las conexiones entre las neuronas que la componen (Gollin,1981).
Esa misma
red es la que se activa cuando repasamos o reactivamos el recuerdo en la
memoria.
Las neuronas pueden clasificarse según la
función que hagan. Las sensoriales (10%) llevan la información desde los
receptores señoriales, las motoras (10%) son las que controlan el movimiento y
el restante 80% lo forman las neuronas de asociación, que se encargan de
conectar las distintas áreas del encéfalo.
Ese mayor número de neuronas se debe al hecho de que nuestro cerebro
trabaja como un todo y, de que lo más importante no es el funcionamiento
aislado de una de las partes, sino el funcionamiento conjunto y global de todas
ellas.
Cuando llegamos a la edad adulta, tenemos entre 87.000 y 100.000 millones,
cada una de ellas con capacidad para realizar entre 10.000 y 200.000 sinapsis
(conexiones entre neuronas) que formarán las redes hebbianas.
Sin embargo, no tenemos las mismas neuronas que al nacer, ya que a lo largo
de la nuestra vida se producirán podas cerebrales que de manera automática
eliminan muchas de ellas.
La primera poda se produce en el útero materno, y ahora sabemos que durante la infancia y la juventud esa mayor plasticidad cerebral, hace precisamente que se reajuste ese gran número de neuronas poseemos, de ahí la importancia de los periodos sensibles en el aprendizaje. Por lo tanto, lo que determina nuestro aprendizaje no es el número de neuronas, sino las conexiones neuronales que se forman debido a la interacción con el ambiente, en otras palabras, del aprendizaje.
Además, es conveniente conocer,
no sólo, el funcionamiento de sus partes, sino su proceso de maduración. En el
caso del lóbulo frontal, esto es de suma importancia, ya que es el encargado de
controlar la atención en el aula, los procesos de planificación y del
pensamiento, sin embargo, sigue madurando hasta la edad adulta y en el caso de
los niños hiperactivos suele tener un retraso madurativo con respecto a sus
congéneres; por eso, es necesario adaptarnos a la etapa evolutiva en que se
encuentran nuestros alumnos.
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